miércoles, 21 de septiembre de 2011

Factores psicológicos que afectan al estado psíquico












FACTORES PSICOLÓGICOS QUE AFECTAN AL ESTADO PSÍQUICO
M. Roca Bennasar, F. Boatas Enjuanes, C. Agüero Ramón-Llin

Fuente:







INTRODUCCIÓN
En lo que va de siglo se han edificado, con independencia
de su rigor y sus datos empíricos,
casi una decena de modelos sobre las enfermedades
psicosomáticas. El resultado, a
pesar del aluvión de publicaciones, parece menguado:
un breve repaso a los textos fundamentales de la
psiquiatría resulta alarmante y muestra cómo algunos
teóricos de la medicina psicosomática, medicina conductual,
psicología de la salud o psiquiatría de enlace,
claman en un desierto plagado de sordos (1). Como
lectores, uno no sabe a qué atenerse ni con qué carta
quedarse: si con la práctica ausencia de comentarios
en algunos manuales o el cúmulo de confusiones y
vaguedades, mezcla de hipótesis psicodinámicas de
bolsillo y reorganizaciones biológicas conceptuales de
dudosa reputación, que llenan otros textos, cuando
aluden de manera inteligente a los criterios psiquiátricos
sobre algunas enfermedades en las que participa,


de uno u otro modo, el factor psicológico.


La consecuencia última ha sido que numerosos
médicos de familia o especialistas de diferentes ramas
de la medicina, al hablar de algunas enfermedades
como el asma, la psoriasis, la angina de pecho o
el colon irritable, manejan la idea de que el sistema
nervioso tiene “algo que ver” en estos trastornos, sin
precisar muy bien si en la etiopatogenia, en las reacciones
ante una patología crónica, en su curso,
pronóstico, tratamiento o quien sabe si en todos
ellos a la vez. En el mejor de los casos esta información
imprecisa y vaga, a veces teñida de un tono
culpabilizador, llega al enfermo, quien no sabe si
pertenece a la categoría de los enfermos cardiópatas
o psiquiátricos.

Finalmente, en el maremagnum de modelos y teorías,
han sido la emoción y el estrés los principales
argumentos que han ido ganando terreno en el estudio
de las enfermedades bien o mal denominadas
psicosomáticas. Hace diez años, en un lúcido texto
que conserva toda su frescura, Valdés (2) planteaba
la necesidad de definir si la medicina psicosomática
es una perspectiva, un conjunto de trastornos o un
modo de tratar a los enfermos. Proponía desentenderse
de la problemática de las nomenclaturas, concentrarse
en las metodologías y atender únicamente
a las teorías, modelos o experimentos que pretendieran
la especificidad desde cualquier punto de vista,
genético, conductual, situacional o cualquier otro: “el
empleo de modelos reflexológicos (E-R) y el supuesto
etiopatogénico de que la enfermedad es el resultado
de la acción del estrés ha hecho posible una convincente
demostración experimental de que existen respuestas
específicas en cada sujeto, activables de forma
selectiva y, en ocasiones, estereotipada”. En
opinión de Valdés, fuera de esta especificidad el
campo resulta demasiado estrecho para prestarle
atención: la conducta humana está mediada por pro-
cesos intrapsíquicos, es ejecutada con propósitos y
sus consecuencias son sometidas a constantes revisiones
y reajustes, algo que los más conspicuos modelos
que se han acercado a la psicosomática parecen
obviar.

Se diría que existe una gravísima dificultad para
entender que no son uno ni lo mismo los cuadros clínicos
que se describen a continuación: enfermedades
psiquiátricas con síntomas somáticos, trastornos
psiquiátricos en patologías médicas, enfermedades
médicas en cuya etiopatogenia o evolución podrían
involucrarse –si así se demuestra– aspectos psicopatológicos
o de personalidad y, finalmente, reacciones
psicológicas ante enfermedades médicas, especialmente
si estas últimas tienen características crónicas,
incapacitantes o de severidad.

Los antecedentes de la medicina psicosomática se
han venido rastreando desde Galeno. El psicoanálisis
apoyó su gran desarrollo en la medicina psicosomática
a partir de los cuadros de conversión descritos por
Freud y más tarde por Ferenczi. Desde otra perspectiva,
casi opuesta, Cannon vinculó las reacciones de
lucha o huida con el sistema nervioso autónomo ya
en la década de los años 20, hasta que Selye describió
el síndrome de adaptación general y se amplificó
el uso, casi siempre indiscriminado y poco riguroso,
del concepto de estrés. Experimentos con animales y
estímulos estresantes fueron realizados, entre otros,
por Brady en monos y por Seligman definiendo el
modelo de indefensión aprendida.

De cualquier forma, fue Alexander quien afrontó
de manera más profusa los síntomas psicosomáticos
e intentó una pirueta difícil: correlacionar su etiopatogenia
con sucesos fisiológicos y conflictos inconscientes
reprimidos. Sus teorías alcanzaron una paradójica
y sorprendente difusión en Estados Unidos y
su influencia puede detectarse aún hoy sobradamente
en importantes textos psiquiátricos norteamericanos.

Se desarrollaron diferentes publicaciones sobre
enfermedades concretas y se definió el patrón de
conducta A asociado a patología coronaria. La vinculación
de los procesos emocionales con la patología
psicosomática fue postulada reiteradamente a
partir de la teoría de la emoción de Lindsley, así como
la correlación de algunos trastornos con el estrés
prolongado, crónico. Holmes propuso un enfoque
más psicosocial del estrés, en relación con los acontecimientos
vitales y Lazarus enunció un modelo del
estrés de gran trascendencia, concediendo el papel
relevante a los factores cognitivos: el individuo evalúa
cognitivamente las diferentes situaciones amenazadoras
a las que puede verse expuesto de cara al
mantenimiento de su bienestar. En conjunto las alteraciones
psicosomáticas podrían ser el resultado de
un patrón de activación psicofisiológico, estimulado
repetidamente ante exposiciones frecuentes a estímulos
amenazadores, que alteran los mecanismos
reguladores homeostáticos y, secundariamente, el
funcionamiento de uno o varios órganos del cuerpo.

Por diversas razones, las teorías llamadas integradoras,
fundamentalmente la medicina corticovisceral,
han tenido grandes dificultades para su difusión
en el marco clínico e investigador. Como decía Valdés
(2), “se habla de teorías integradoras y no de
concepciones holistas, en un intento de distinguir entre
el descifrado biológico del organismo y sus alteraciones
y otras teorías de “la totalidad” que, obsesionadas
por evitar el reduccionismo, se ocupan de la
sociedad, la infancia, la antropología, los mitos y el
salario mínimo”. Homeostasis, retroalimentación, cibernética,
teoría general de sistemas son los conceptos
y Cannon, Spencer, Jackson, Sechenov, Laborit,
Gray, Stein, Pavlov los nombres de una forma de entender
el organismo que Colodrón ha divulgado en
España, por desgracia sin excesiva suerte. Cuando la
neocorteza, en tanto que órgano mediador entre el
organismo y el entorno, no consigue ejercer su papel
integrador, altera las relaciones cortico-subcorticales,
perturbando el funcionalismo visceral y recibiendo
por tanto aferencias anómalas que colaboran
en su progresivo deterioro: así aparecería la enfermedad
psicosomática. Las características de esta enfermedad
dependerían de la tipología funcional del
sujeto (de sus características de personalidad, si se
quiere), del estereotipo dinámico cortical y del resultado
de los diversos condicionamientos en la interacción
con el medio.

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