Necesidad de un Enfoque Histórico
Fuente:
http://www.psiquiatria.com/
Desarrollo de las tesis localizacionistas
La Historia de las “localizaciones cerebrales” puede
dividirse en cinco grandes períodos (P. M. Barbado,
1946): 1) primeras tentativas, que corresponden
principalmente a los filósofos griegos; 2) de Galeno a
Descartes; 3) de Descartes a Gall; 4) de Gall a Broca
y 5) de Broca a nuestros días.
Hasta la aparición de la Doctrina de Descartes
(1596-1650), en todas las teorías anteriores se da
por supuesto la existencia de facultades psíquicas y
de ahí la necesidad de localizar sus órganos. En esto
estaban de acuerdo tanto los que admitían como los
que negaban la distinción real entre “las facultades”
y la “sustancia” del alma.
Descartes niega este supuesto y no solamente no
admite las “facultades”, sino que señala que no hay
más que una sola función psíquica: pensar, con la
que se identifican todas las demás: querer, imaginar,
sentir, etc. Esta es la razón por la que Descartes y sus
seguidores ni siquiera puedan plantearse el problema
de las localizaciones de las Facultades Psíquicas ya
que sólo pueden intentar “localizar” el alma, que colocaron
en la Glándula Pineal.
Hay aquí un radical cambio en el planteamiento
del problema que lleva a la vieja cuestión de las relaciones
alma-cuerpo que había de pesar en la mentalidad
posterior hasta nuestros días.
El alma es “espiritual” y, por lo tanto, inorgánica,
pero ante la evidencia de las relaciones recíprocas entre
el alma y el cuerpo: movimientos voluntarios (también
pensamientos para Descartes) seguidos de movimientos
corporales y excitaciones externas seguidas de
sensaciones (también pensamientos), hay que imaginar
la existencia de algún mecanismo que Descartes “resolvió”
con la Teoría de la “Asistencia Divina”: “Dios colocó
el alma en la glándula pineal y dispuso las cosas de
tal manera que a las variaciones de los poros de las superficies
ventriculares cerebrales correspondieran diversos
pensamientos del alma y, movida la glándula de
diferentes maneras por los “espíritus animales” se siguieran
determinados movimientos musculares”.
Este planteamiento dio lugar a que se produjera
un notable retraso en la investigación de la fisiología
cerebral al negarse la existencia de funciones psíquicas,
tema que no renacerá hasta que F. Gall (1758-
1828) y su discípulo J. CH. Spurzheim (1777-1834)
creen la Frenología.
La doctrina de Gall puede sintetizarse del modo siguiente:
hay facultades psíquicas en un número mucho
mayor de lo que en el pasado se había señalado y
cada una de estas facultades tienen un órgano propio
en la corteza cerebral. Existe una relación estrecha
entre el tamaño de la zona cerebral correspondiente y
el desarrollo de facultades y como el cráneo moldea a
la superficie del cerebro, el estudio del cráneo nos
muestra que funciones están más desarrolladas.
El impacto de la obra de Gall fue considerable. En
Psiquiatría dio lugar a que desaparecieran las tesis
constitucionalistas y caracterológicas y que las diferencias
individuales que venían relacionándose con la
totalidad corporal se explicaran por las diferencias
cerebrales. La Frenología fue el supuesto básico para
el desarrollo de la Criminología en manos de C.
Lombroso (1876) y sirvió de tesis para el desarrollo
de las teorías localizacionistas del lenguaje y otras
funciones psíquicas, que de un modo definitivo se
consagraron con la aportación de Broca.
En 1861, la Sociedad Antropológica de París dedicó
ocho Sesiones a discutir una comunicación de
Gratiolet, que defendía puntos de vista de Flourens el
cual se había opuesto a Gall. En estas sesiones intervino
Broca quien defendía las tesis localizacionistas y
localizó el lenguaje al pie de la tercera circunvalación
frontal. Los médicos reunidos dieron la razón a Broca,
con lo que se aceptó esta manera de entender la
Psicología y Patología.
Broca llamó “afemia” al trastorno observado, la
pérdida del lenguaje motor, término que fue sustituido
por Trousseau en 1864 por el de “afasia”, que
fue el generalmente admitido. Fue este autor quien
destacó la localización izquierda para los trastornos
del lenguaje, hecho que había sido apuntado por M.
Dax, en 1828.
A partir de esta célebre sesión se impuso casi de
modo absoluto la tesis localizacionista. En 1874, Wernicke
describe la “Afasia sensitiva”, con lo que se reafirman
las tesis localizacionistas y que junto a la “afasia
motora” de Broca son la base fundamental para el desarrollo
de los célebres “Esquemas del lenguaje” que
marcan el inicio de los “Mapas cerebrales”, en donde
se sitúan cada una de las funciones en una zona preci-
sa del cerebro. La tesis, en general, dice que hay funciones
aisladas que se localizan en diferentes partes
del cerebro y que la patología significa una pérdida de
la función al lesionarse el lugar donde asienta.
Los puntos de vista localizacionistas se vieron reforzados
con las aportaciones de Hitzig y de Fritsch,
que antes hemos citado, sobre la excitación eléctrica
de la corteza (1870). Es el momento, además, en que
en Psicología dominan las tesis “asociacionistas”, que
cuadran bien con la tesis localizacionistas. A ello hay
que añadir las observaciones de los neurólogos, Ciencia
que en ese momento está elaborándose, fundamentalmente
por Carcot (1825-1893), que parecen
confirmar y apoyar la tesis de la “especificidad” cortical
para las diferentes funciones. Parece lógico que
ante el acúmulo de datos brindados por diferentes disciplinas
y autores que se aceptara universalmente la
doctrina de las “Localizaciones cerebrales”.
En Psiquiatría, aunque son muchos los autores
que aceptan la doctrina localizacionista, sin embargo,
en general, las observaciones y, en conjunto la
tesis en sí misma, se adaptan con dificultad a las características
de la vida normal y patológica, aunque
hubo algún autor que como K. Kleist intentaron su
aplicación a la Psiquiatría.
Entre las muchas dificultades que la tesis localizacionista
había tenido para su aplicación en Psiquiatría
una fue, junto al carácter “estático” y “espacializante”,
ofrecer datos casi exlusivamente relativos a las Funciones
psíquicas superiores, pero no respecto a lo que llamamos
persona profunda: emociones, instintos, etc.
Junto a esto, a pesar de las “construcciones teóricas”,
la vida Psíquica aparece fragmentada y explica mal los
grandes cuadros psíquicos: Psicosis maniacodepresiva,
esquizofrenia, etc., por lo que o bien la Psiquiatría
renuncia al abordaje cerebral o sólo tiene sentido a
partir de la crítica de las tesis localizacionistas.
Crítica de las tesis localizacionistas
Ya hemos mencionado que Flourens (1794-1867)
se opuso a los planteamientos de Gall. Tras una serie
de experiencias con ablaciones cerebrales, que reproducían
estudios de otros autores (Redi, Haller,
Fontana, etc.), llegó a la conclusión de que sólo existe
una facultad cognoscitiva, con un solo órgano, los
hemisferios cerebrales. Señaló que en los mamíferos
hay un claro paralelismo entre el desarrollo de la inteligencia
y el tamaño del cerebro y que la “pérdida”
de inteligencia es proporcional a la “cantidad” de
corteza extirpada, aunque en el hombre no se verifica
esta perfecta proporcionalidad. Así, en 1863 escribió
textualmente: “el tamaño del cerebro no produce
el tamaño de la inteligencia. La doctrina de
Flourens, que años más tarde será reproducida por
S. Lasley (1929), con la realización de experiencias
muy semejantes de ablaciones cerebrales, fue aceptada
por muchos autores (Gotz, Hertwig, Munck).
Pero la crítica fundamental a la teoría de las localizaciones
vino por la acumulación de una serie de hechos
de observación clínica que difícilmente podían
ser explicados por ella. Algunos, como Dejerine
(1914), aún manteniendo puntos de vista localizacionistas,
redujeron considerablemente los esquemas
sobre las afasias, ya que muchos de los trastornos
descritos teóricamente no tenían correspondencia
real en la clínica. Otros autores como Pierre Marie
(1926), por ejemplo, modificaron tanto los esquemas
sobre el lenguaje patológico, como su implantación
cerebral que consideraron en amplias zonas.
“Cuadrilátero” de Pierre Marie, muy parecido a la
zona del lenguaje” de Freud.
Finalmente, la observación de hechos negativos,
tanto la existencia de afasias con lesiones cerebrales
derechas, como su ausencia con lesiones en zonas cerebrales
específicas, obligó a nuevos planteamientos.
Estos nuevos planteamientos de hecho reprodujeron
las tesis de H. Jackson, como por ejemplo Freud
y especialmente K. Goldstein, a lo que hay que añadir
las doctrinas como la de Von Weitszäcker y Von Monakow,
que tienen en común el intento de una explicación
unitaria y totalista del funcionamiento cerebral.
El cerebro funciona no con partes aisladas en
donde se localizan las distintas funciones, siendo los
síntomas expresión de la pérdida de estas funciones,
sino que actúa como un todo y los síntomas son expresión
de la organización cerebral a un nivel más bajo
(Jackson, Goldstein) o consecuencia de una “desincronización”
o “diasquisis” (Von Monakow).
Fuente:
http://www.psiquiatria.com/
Desarrollo de las tesis localizacionistas
La Historia de las “localizaciones cerebrales” puede
dividirse en cinco grandes períodos (P. M. Barbado,
1946): 1) primeras tentativas, que corresponden
principalmente a los filósofos griegos; 2) de Galeno a
Descartes; 3) de Descartes a Gall; 4) de Gall a Broca
y 5) de Broca a nuestros días.
Hasta la aparición de la Doctrina de Descartes
(1596-1650), en todas las teorías anteriores se da
por supuesto la existencia de facultades psíquicas y
de ahí la necesidad de localizar sus órganos. En esto
estaban de acuerdo tanto los que admitían como los
que negaban la distinción real entre “las facultades”
y la “sustancia” del alma.
Descartes niega este supuesto y no solamente no
admite las “facultades”, sino que señala que no hay
más que una sola función psíquica: pensar, con la
que se identifican todas las demás: querer, imaginar,
sentir, etc. Esta es la razón por la que Descartes y sus
seguidores ni siquiera puedan plantearse el problema
de las localizaciones de las Facultades Psíquicas ya
que sólo pueden intentar “localizar” el alma, que colocaron
en la Glándula Pineal.
Hay aquí un radical cambio en el planteamiento
del problema que lleva a la vieja cuestión de las relaciones
alma-cuerpo que había de pesar en la mentalidad
posterior hasta nuestros días.
El alma es “espiritual” y, por lo tanto, inorgánica,
pero ante la evidencia de las relaciones recíprocas entre
el alma y el cuerpo: movimientos voluntarios (también
pensamientos para Descartes) seguidos de movimientos
corporales y excitaciones externas seguidas de
sensaciones (también pensamientos), hay que imaginar
la existencia de algún mecanismo que Descartes “resolvió”
con la Teoría de la “Asistencia Divina”: “Dios colocó
el alma en la glándula pineal y dispuso las cosas de
tal manera que a las variaciones de los poros de las superficies
ventriculares cerebrales correspondieran diversos
pensamientos del alma y, movida la glándula de
diferentes maneras por los “espíritus animales” se siguieran
determinados movimientos musculares”.
Este planteamiento dio lugar a que se produjera
un notable retraso en la investigación de la fisiología
cerebral al negarse la existencia de funciones psíquicas,
tema que no renacerá hasta que F. Gall (1758-
1828) y su discípulo J. CH. Spurzheim (1777-1834)
creen la Frenología.
La doctrina de Gall puede sintetizarse del modo siguiente:
hay facultades psíquicas en un número mucho
mayor de lo que en el pasado se había señalado y
cada una de estas facultades tienen un órgano propio
en la corteza cerebral. Existe una relación estrecha
entre el tamaño de la zona cerebral correspondiente y
el desarrollo de facultades y como el cráneo moldea a
la superficie del cerebro, el estudio del cráneo nos
muestra que funciones están más desarrolladas.
El impacto de la obra de Gall fue considerable. En
Psiquiatría dio lugar a que desaparecieran las tesis
constitucionalistas y caracterológicas y que las diferencias
individuales que venían relacionándose con la
totalidad corporal se explicaran por las diferencias
cerebrales. La Frenología fue el supuesto básico para
el desarrollo de la Criminología en manos de C.
Lombroso (1876) y sirvió de tesis para el desarrollo
de las teorías localizacionistas del lenguaje y otras
funciones psíquicas, que de un modo definitivo se
consagraron con la aportación de Broca.
En 1861, la Sociedad Antropológica de París dedicó
ocho Sesiones a discutir una comunicación de
Gratiolet, que defendía puntos de vista de Flourens el
cual se había opuesto a Gall. En estas sesiones intervino
Broca quien defendía las tesis localizacionistas y
localizó el lenguaje al pie de la tercera circunvalación
frontal. Los médicos reunidos dieron la razón a Broca,
con lo que se aceptó esta manera de entender la
Psicología y Patología.
Broca llamó “afemia” al trastorno observado, la
pérdida del lenguaje motor, término que fue sustituido
por Trousseau en 1864 por el de “afasia”, que
fue el generalmente admitido. Fue este autor quien
destacó la localización izquierda para los trastornos
del lenguaje, hecho que había sido apuntado por M.
Dax, en 1828.
A partir de esta célebre sesión se impuso casi de
modo absoluto la tesis localizacionista. En 1874, Wernicke
describe la “Afasia sensitiva”, con lo que se reafirman
las tesis localizacionistas y que junto a la “afasia
motora” de Broca son la base fundamental para el desarrollo
de los célebres “Esquemas del lenguaje” que
marcan el inicio de los “Mapas cerebrales”, en donde
se sitúan cada una de las funciones en una zona preci-
sa del cerebro. La tesis, en general, dice que hay funciones
aisladas que se localizan en diferentes partes
del cerebro y que la patología significa una pérdida de
la función al lesionarse el lugar donde asienta.
Los puntos de vista localizacionistas se vieron reforzados
con las aportaciones de Hitzig y de Fritsch,
que antes hemos citado, sobre la excitación eléctrica
de la corteza (1870). Es el momento, además, en que
en Psicología dominan las tesis “asociacionistas”, que
cuadran bien con la tesis localizacionistas. A ello hay
que añadir las observaciones de los neurólogos, Ciencia
que en ese momento está elaborándose, fundamentalmente
por Carcot (1825-1893), que parecen
confirmar y apoyar la tesis de la “especificidad” cortical
para las diferentes funciones. Parece lógico que
ante el acúmulo de datos brindados por diferentes disciplinas
y autores que se aceptara universalmente la
doctrina de las “Localizaciones cerebrales”.
En Psiquiatría, aunque son muchos los autores
que aceptan la doctrina localizacionista, sin embargo,
en general, las observaciones y, en conjunto la
tesis en sí misma, se adaptan con dificultad a las características
de la vida normal y patológica, aunque
hubo algún autor que como K. Kleist intentaron su
aplicación a la Psiquiatría.
Entre las muchas dificultades que la tesis localizacionista
había tenido para su aplicación en Psiquiatría
una fue, junto al carácter “estático” y “espacializante”,
ofrecer datos casi exlusivamente relativos a las Funciones
psíquicas superiores, pero no respecto a lo que llamamos
persona profunda: emociones, instintos, etc.
Junto a esto, a pesar de las “construcciones teóricas”,
la vida Psíquica aparece fragmentada y explica mal los
grandes cuadros psíquicos: Psicosis maniacodepresiva,
esquizofrenia, etc., por lo que o bien la Psiquiatría
renuncia al abordaje cerebral o sólo tiene sentido a
partir de la crítica de las tesis localizacionistas.
Crítica de las tesis localizacionistas
Ya hemos mencionado que Flourens (1794-1867)
se opuso a los planteamientos de Gall. Tras una serie
de experiencias con ablaciones cerebrales, que reproducían
estudios de otros autores (Redi, Haller,
Fontana, etc.), llegó a la conclusión de que sólo existe
una facultad cognoscitiva, con un solo órgano, los
hemisferios cerebrales. Señaló que en los mamíferos
hay un claro paralelismo entre el desarrollo de la inteligencia
y el tamaño del cerebro y que la “pérdida”
de inteligencia es proporcional a la “cantidad” de
corteza extirpada, aunque en el hombre no se verifica
esta perfecta proporcionalidad. Así, en 1863 escribió
textualmente: “el tamaño del cerebro no produce
el tamaño de la inteligencia. La doctrina de
Flourens, que años más tarde será reproducida por
S. Lasley (1929), con la realización de experiencias
muy semejantes de ablaciones cerebrales, fue aceptada
por muchos autores (Gotz, Hertwig, Munck).
Pero la crítica fundamental a la teoría de las localizaciones
vino por la acumulación de una serie de hechos
de observación clínica que difícilmente podían
ser explicados por ella. Algunos, como Dejerine
(1914), aún manteniendo puntos de vista localizacionistas,
redujeron considerablemente los esquemas
sobre las afasias, ya que muchos de los trastornos
descritos teóricamente no tenían correspondencia
real en la clínica. Otros autores como Pierre Marie
(1926), por ejemplo, modificaron tanto los esquemas
sobre el lenguaje patológico, como su implantación
cerebral que consideraron en amplias zonas.
“Cuadrilátero” de Pierre Marie, muy parecido a la
zona del lenguaje” de Freud.
Finalmente, la observación de hechos negativos,
tanto la existencia de afasias con lesiones cerebrales
derechas, como su ausencia con lesiones en zonas cerebrales
específicas, obligó a nuevos planteamientos.
Estos nuevos planteamientos de hecho reprodujeron
las tesis de H. Jackson, como por ejemplo Freud
y especialmente K. Goldstein, a lo que hay que añadir
las doctrinas como la de Von Weitszäcker y Von Monakow,
que tienen en común el intento de una explicación
unitaria y totalista del funcionamiento cerebral.
El cerebro funciona no con partes aisladas en
donde se localizan las distintas funciones, siendo los
síntomas expresión de la pérdida de estas funciones,
sino que actúa como un todo y los síntomas son expresión
de la organización cerebral a un nivel más bajo
(Jackson, Goldstein) o consecuencia de una “desincronización”
o “diasquisis” (Von Monakow).
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